Ya
han pasado unos días desde que decidí abandonar la carrera. Un caos imprevisto
ha dominado los días posteriores a tal decisión. No encuentro un indicio de
reorganización en mi vida, muestro siempre hostilidad a la razón, prefiero
aprovechar los días para dormir u otras actividades superfluas. La diferencia
entre ir y no ir a la universidad no es mucha, diría que casi ninguna. Pero
siempre hay algo, siempre. Hoy el trayecto hacia mi casa ha sido un tanto
extraño y familiar. Tomé un carro desde Gráu hasta Wilson. 10 pm en Wilson y
parecían las 7 de la noche, la gente aún andaba con precisión en la mirada.
Tomé un carro, como de costumbre, hacia San Juan de Lurigancho. Tenía una torta
en mi mano y la otra agarraba el pasamano a mitad del vehículo. Últimamente
cuando subo a los carros miro fijamente a todos, tal vez por un instinto de
supervivencia, los rateros andan por doquier, y bien cambiados, tal vez por
necesidad de decisión, nunca he mirado fijamente a los ojos, ¿por qué no
hacerlo ahora? Las ventanas siempre me han permitido tomar conciencia de que
esta vida no es un obsequio. Pero eso no pensaba en aquel momento. Parado en
medio del carro pensaba en por qué decíamos ‘cómo pasa el tiempo…’. El tráfico
de la avenida Tacna les resulta a todos estresante, a mí no. El tiempo no es el espacio donde adquieren
forma todos nuestros actos, deseos o ideas. El tiempo no es tan inocente como
para otorgarnos esa facilidad espontánea. Más bien deberíamos preguntarnos ‘por
qué pasa así el tiempo’ en vez de mi pregunta en medio del carro. Me es casi
imposible responder. No quiero responder, entonces. Aunque las ganas de husmear
lo indeterminado me incitan a verme por encima del carro, la línea 10 E. Solo
es un carro con pasajeros andando por Tacna. Punto. Nada pasa y nada pasará en
este vehículo. ¡Kabum! La poesía no solo
no necesita a la razón, sino que la desprecia. Los aforismos siempre me han
caído bien porque siempre he pensado que los míos son buenos. Recordé ello al
estar observándome en las lunas, sonreía, pensaba en cómo debería llevar mis
próximos meses. Nunca me ha funcionado la idea de andar a la espontaneidad. Hoy
no fue la excepción. No puedo intentar adaptarme al flujo natural del día a
día. La emperita va a fallecer en algún
momento, y nunca estaré preparado para eso. Aún no puedo controlar mi subconsciencia.
Necesito tiempo o eso que siempre nos destruye.
Llegué
a mi casa y mis ganas de beber se acrecentaron (ya en la semana mi sed se había
acumulado). Buscaba a alguien con quien compartir una chata. Mi primo siempre
es una buena opción, me gusta su manera de contar sus historias, algo
estúpidas, relacionadas a las aventuras de unos vagos en un billar que más bien
parece la figuración de la hora de recreo de un colegio nacional. Él está en
otras. Acabamos la chata, partimos de vuelta al barrio y la neblina era la
figura principal de todas las calles a las 3 am, creo que mi cercanía al cerro
San Cristóbal permite ese fenómeno. Prendo el computador y pienso en escribir
diariamente, sé que tengo que
hacerlo, mis objetivos están creando su camino, y éste es tener, aunque me
resulte patibulario, disciplina. Supuestamente escribir un diario es, al igual
que escribir una novela o un poema, un grito de nuestra interioridad; pero yo
no sigo esa línea. Será reconfortante (o eso quiero creer), pero lamentable. Un
diario que niega su posibilidad de ser, un diario
antidiario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario