domingo, 1 de junio de 2014

28 de mayo



Ya han pasado unos días desde que decidí abandonar la carrera. Un caos imprevisto ha dominado los días posteriores a tal decisión. No encuentro un indicio de reorganización en mi vida, muestro siempre hostilidad a la razón, prefiero aprovechar los días para dormir u otras actividades superfluas. La diferencia entre ir y no ir a la universidad no es mucha, diría que casi ninguna. Pero siempre hay algo, siempre. Hoy el trayecto hacia mi casa ha sido un tanto extraño y familiar. Tomé un carro desde Gráu hasta Wilson. 10 pm en Wilson y parecían las 7 de la noche, la gente aún andaba con precisión en la mirada. Tomé un carro, como de costumbre, hacia San Juan de Lurigancho. Tenía una torta en mi mano y la otra agarraba el pasamano a mitad del vehículo. Últimamente cuando subo a los carros miro fijamente a todos, tal vez por un instinto de supervivencia, los rateros andan por doquier, y bien cambiados, tal vez por necesidad de decisión, nunca he mirado fijamente a los ojos, ¿por qué no hacerlo ahora? Las ventanas siempre me han permitido tomar conciencia de que esta vida no es un obsequio. Pero eso no pensaba en aquel momento. Parado en medio del carro pensaba en por qué decíamos ‘cómo pasa el tiempo…’. El tráfico de la avenida Tacna les resulta a todos estresante, a mí no.  El tiempo no es el espacio donde adquieren forma todos nuestros actos, deseos o ideas. El tiempo no es tan inocente como para otorgarnos esa facilidad espontánea. Más bien deberíamos preguntarnos ‘por qué pasa así el tiempo’ en vez de mi pregunta en medio del carro. Me es casi imposible responder. No quiero responder, entonces. Aunque las ganas de husmear lo indeterminado me incitan a verme por encima del carro, la línea 10 E. Solo es un carro con pasajeros andando por Tacna. Punto. Nada pasa y nada pasará en este vehículo. ¡Kabum! La poesía no solo no necesita a la razón, sino que la desprecia. Los aforismos siempre me han caído bien porque siempre he pensado que los míos son buenos. Recordé ello al estar observándome en las lunas, sonreía, pensaba en cómo debería llevar mis próximos meses. Nunca me ha funcionado la idea de andar a la espontaneidad. Hoy no fue la excepción. No puedo intentar adaptarme al flujo natural del día a día. La emperita va a fallecer en algún momento, y nunca estaré preparado para eso. Aún no puedo controlar mi subconsciencia. Necesito tiempo o eso que siempre nos destruye.

Llegué a mi casa y mis ganas de beber se acrecentaron (ya en la semana mi sed se había acumulado). Buscaba a alguien con quien compartir una chata. Mi primo siempre es una buena opción, me gusta su manera de contar sus historias, algo estúpidas, relacionadas a las aventuras de unos vagos en un billar que más bien parece la figuración de la hora de recreo de un colegio nacional. Él está en otras. Acabamos la chata, partimos de vuelta al barrio y la neblina era la figura principal de todas las calles a las 3 am, creo que mi cercanía al cerro San Cristóbal permite ese fenómeno. Prendo el computador y pienso en escribir diariamente, sé que tengo que hacerlo, mis objetivos están creando su camino, y éste es tener, aunque me resulte patibulario, disciplina. Supuestamente escribir un diario es, al igual que escribir una novela o un poema, un grito de nuestra interioridad; pero yo no sigo esa línea. Será reconfortante (o eso quiero creer), pero lamentable. Un diario que niega su posibilidad de ser, un diario antidiario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario